Centenario de "Platero y yo"
Platero y yo, la obra cúlmen de Juan Ramón Jiménez, cumple su centenario. Esta obra literaria es una de las más traducidas junto a El Quijote de Cervantes, y aunque pueda parecer literatura infantil, también está enfocada a un público adulto.
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negros.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal.
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel.
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo (...)
Tien´asero, tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
Mariposas blancas, la noche cae, brumosa y morada.
Vagas claridades malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia.
El camino sube, lleno de sombras, de campanillas, de fragancias de hierbas, de canciones, de cansancio y de anhelo.
De pronto, un hombre oscuro con una gorra y un pincho, roja un instante la cara fea por la luz del cigarro, baja a nosotros de una casucha miserable, perdida entre sacas de carbón.
Platero se amedrenta. ¿Ba argo?
- Vea usted... Mariposas blancas...
El hombre quiere clavar su pincho de hierro en el seroncillo y no lo evito.
Abro la forja y él no ve nada.
Y el alimento ideal pasa, libre y cándido, sin pagar su tributo a los Consumos...
Juegos del anochecer. Cuando, en el crepúsculo del pueblo. Platero y yo entramos, ateridos, por la oscuridad morada de la calleja miserable que da al río seco, los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos. Uno se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el cojo...
Después, en ese brusco cambiar de la infancia, como llevan unos zapatos y un vestido, y como sus madres, ella saben cómo, les han dado algo de comer, se creen unos príncipes:
- Mi pare tie un reló e plata.
- Y er mío, un cabayo.
- Y er mío, una ejcopeta.
Reloj que levantará a la madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la miseria...
El corro, luego.
Entre tanta negrura, una niña forastera, que habla de otro modo, la sobrina del Pájaro Verde, con voz dévil, hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente, cual una princesa:
- Yo soy laaa viudita del Condeee de Orée...
¡SÍ, sí! Cantad, soñar, niños pobres!
Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo, enmascarada de invierno.
- Vamos Platero...
Juan Ramón Jiménez
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