Noche de Ronda

miércoles, 9 de abril de 2014

Alargaba la mano y te tocaba




Alargaba la mano y te tocaba


Alargaba la mano y te tocaba. 
Te tocaba: rozaba tu frontera, 
el suave sitio donde tú terminas, 
sólo míos el aire y mi ternura. 
Tú moras en lugares indecibles, 
indescifrable mar, lejana luz 
que no puede apresarse. 
Te me escapabas, de cristal y aroma, 
por el aire, que entraba y que salía, 
dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera, 
en el dintel de siempre, prisionero 
de la celda exterior. 

La libertad 
hubiera sido herir tu pensamiento, 
trasponer el umbral de tu mirada, 
ser tú, ser tú de otra manera. Abrirte, 
como una flor la infancia, y aspirar 
su esencia y devorarla. Hacer 
comunes humo y piedra. Revocar 
el mandato de ser. Entrar. Entrarnos 
uno en el otro. Trasponer los últimos 
límites. Reunirnos..... 

Alargaba la mano y te tocaba. 
Tú mirabas la luz y la gavilla. 
Eras luz y gavilla, plenitud 
en ti misma, rotunda como el mundo. 
Caricias no valían, ni cuchillos, 
ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas, 
sonriente, apartada, eterna tú. 
Y yo, eterno, apartado, sonriente, 
remitiéndote pactos inservibles, 
alianzas de cera. 

Todo estuvo de nuestra parte, pero 
cuál  era nuestra parte, el punto 
de coincidencia, el tacto 
que pudo ser llamado sólo nuestro. 

Una voz, en la calle, llama y otra 
le responde. Dos manos se entrelazan. 
Uno en otro, los labios se acomodan; 
los cuerpos se acomodan. Abril, clásico, 
se abate, emperador de los encuentros. 
¿Esto era amor? La soledad no sabe 
qué responder: persiste, tiembla, anhela 
destruirse. Impaciente 
se derrama en las manos ofrecidas. 
Una voz en la calle....Cuánto olor, 
cuánto escenario para nada. Miro 
tus ojos. Yo miro los ojos tuyos; 
tú, los míos: ¿esto se llama amor? 

Permanecemos. Sí, permanecemos 
no indiferentes, pero diferentes. Somos 
tú y yo: los dos, desde la orilla 
de la corriente, solos, desvalidos, 
la piel alzada como un muro, solos 
tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza. 
Idénticos en todo, 
sólo en amor distintos. 
La tristeza, sedosa, nos envuelve 
como una niebla: ése es el lazo único; 
ésa  la patria en que nos encontramos. 
Por fin te identifico con mis huesos 
en el candor de la desesperanza. 
Aquí estamos nosotros: desvaídos 
los dos, borrados, más difíciles, 
a punto de no ser....¿Amor es esto? 
¿Acaso amor es esta no existencia 
de tanto ser? ¿Es este desvivirse 
por vivir? Ya desangrado 
de mí, ya inmóvil en ti, ya 
alterado, el recuerdo se reanuda. 
Se reanuda la inútil existencia.... 
Y alargaba la mano y te tocaba.


Antonio Gala Velasco 


(1.936)

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